Este verano tuve la fortuna de poder admirar tres grandes cantorales
expuestos en el Archivo General de Andalucía (Sevilla), durante los meses de
julio y agosto de 2013.
En el trasfondo de esta exposición se encuentra por
desgracia la intima relación que suelen guardar estos libros con el hurto.
Estos libros de coro fueron encontrados en 1990 en un registro producido en una
residencia de Visalia (California) y la policía federal estadounidense concluyó
que se trataba de un robo perpetrado en 1968 en una iglesia o convento
sevillano. Los cantorales fueron entregados al Cónsul General de España en San
Francisco y posteriormente fueron enviados por valija diplomática al Ministerio
de Asuntos Exteriores en Madrid; finalmente al formar parte del Patrimonio
Documental Andaluz, hoy se encuentran en el mencionado archivo ya que no se ha
averiguado concluyentemente a cual podrían pertenecer. A pesar de este caso,
por desgracia, en la actualidad las denuncias por hurtos o robos en las
iglesias en general suelen archivarse casi de inmediato, por la falta de
documentación que las fundamente. De ahí la importancia al menos del
inventariado de los libros corales y especialmente del registro, al menos, de
sus principales ilustraciones.